viernes, 15 de octubre de 2010

Pasión purgativa

Hay personas tan enigmáticas que atrapan. Esas a las que quieres preguntarles de todo, pero que al final no te dicen nada. Así quedó secuestrada Scarlet por Abraham. Se sentía protagonista de un cuento lleno de goce cada vez que este personaje se acercaba. No se explicaba qué pasaba con su cuerpo, con su alma y hasta con su intelecto cuando este señor le dirigía la palabra.

Ella era una criatura que contaba con 22 años de vida, él todo un caballero de 66 años. “¡Carajo, le triplicaba la edad! Por supuesto que tenía que saber mucho más que ella…” dirán ustedes, pero no, lo fascinante de este señor no radicaba en su edad sino en el encanto misterioso que irradiaba. Cuando Abraham comenzaba a hablar todos callaban.

Se estaba volviendo loca, empezó a enamorarse del mágico individuo. Abraham había logrado su cometido. Cuando llegaba a casa pensaba en cada una de las espinas que dejaba sembradas en ella. Sabía que algún día su colchón terminaría respondiendo cada una de las incógnitas. Él era todo un “Don Juan” en su época, ¿por qué no serlo ahora con esta niña coqueta que le despertaba cualquier tipo de ideas? Saboreaba sus futuras victorias.

Concertaron la cita; fueron al cine, cenaron y luego lo más esperado de la noche: la ida al hotel. ¡Ese hombre andaba como loco! No sabía qué hacer para que no se le notase la emoción típica de un adolescente. Y ella… estaba tan decidida, sabía que pondría fin a la castidad. Llegaron a la habitación, entre besos y caricias ocurrió algo inesperado para ambos: la pastillita azul hizo su efecto en la complicada presión arterial de Abraham.

Scarlet no ha podido superar la pérdida; tiene 47 años y quedó, como dicen en mi pueblo, “para vestir santos”. Es voluntaria en la pequeña iglesia de su parroquia. Todos los días prende de 2 a 3 velones a las ánimas benditas del Purgatorio; pide por el descanso eterno de su amado. Sabe que sigue en el plano terrenal… lo siente todas las noches cuando se escurre a jugar entre sus sábanas.

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